Yo no tenía aún los 10 años de edad, pero el cine era ya probablemente lo más importante de mi vida. Nada me hacía más ilusión un sábado por la tarde que sumergirme en la oscuridad de una sala de cine. Era febrero de 2017 y se me planteaba un fin de semana inmejorable: ir dos veces al cine. La primera, el viernes, no estuvo mal, pero tampoco fue nada reseñable. Sin embargo, la sesión del sábado, sí. Fui con mis abuelas a ver la que es a día de hoy la película en la que pienso cuando alguien me pregunta cuál es mi película favorita: La La Land, dirigida por Damien Chazelle.
He elegido esta secuencia de arranque de la película, porque desde el minuto 1 te introduce en ese particular Los Ángeles, que junto a esa increíble música de Justin Hurwitz, crean una de las experiencias más bonitas que he vivido en una sala de cine. Aquella tarde, fue la primera vez que el séptimo arte cambió mi vida.
Septiembre de 2019. Durante la segunda o tercera semana de instituto, un momento importantísimo de cambio en mi vida, La 1 emitió Interstellar, de Christopher Nolan. Como la hora a la que estaba programada era muy tarde para mi yo de 12 años, la puse a grabar, y unos días después, la vi. Aquella tarde, mi vida volvió a cambiar.
El flechazo que sentí por la epopeya espacial del director inglés fue casi instantánea, un viaje vital que sentí mucho más grande que yo (y que la vida) a pesar de haberla visto en la televisión de 32 pulgadas que a día de hoy sigue estando en el salón de casa de mi madre.
Nunca había visto una película que me impulsara a mirar más allá de las estrellas, a cambiar mi concepción sobre la vida y el amor, y empezar a entender la envergadura que una buena historia puede llegar a tener. He elegido esta escena entre tantísimas memorables porque creo que es el culmen de la filmografía de Nolan, criticado muchas veces por falta de corazón en su cine, pero aquí te arranca unas lágrimas al ver esta despedida de unos emocionadísimos Matthew McConaughey y Mackenzie Foy.
Bajo el abrasador sol romano de mediados de agosto, Giovanni, un huraño director de cine, mide con ese metro amarillo cuánto tiempo de vida le queda, cuánto ha gastado en su infeliz pasado y cuánto gastará en su posiblemente también infeliz futuro. Pero entonces, decide deshacerse de todos los documentos que ha ido acumulando sobre una tediosa campaña electoral de la que estaba preparando un documental, y metafóricamente, de todo lo que le había hecho tener ese carácter complicado, para disfrutar de la vida, y en una maravillosa secuencia final, rodar su deseado musical sobre un pastelero trotskista.
El cine de Nanni Moretti me llegó con el festival de Cannes de 2023, donde presentó su última película (secuela espiritual del film al que pertenece el fotograma que he seleccionado), y ya enamorado de su forma de ver el mundo, fui descubriendo algunas de sus obras: Caro diario, El sol del futuro, La habitación del hijo… Pero fue el último día de enero de 2025, en plena crisis vital por esa tortura llamada segundo de bachillerato, cuando encontré ese título del cineasta italiano que hizo click en mí.
El Moretti antipático, viviendo en un mundo que no reconoce, ciudadano de izquierdas pero que no comulga con las políticas que se desarrollan esos días, sucumbe ante el carpe diem, ante la llamada de la vida, que ve cambiar con el nacimiento de su hijo. Aprile es una película impresionante, que radiografía la sociedad italiana de 1996, pero que como todas las grandes películas, sigue vigente 27 años después. Además, su parte final me parece historia del cine europeo reciente, con esa secuencia que he seleccionado, en la que subido a su famosa vespa lanza un mensaje esperanzador en un mundo roto, permitiendo que el bien, que la felicidad sobrepase el mal, el caos, el enfado. Mi vida aquella noche volvió a ser cambiada por el cine.
Estos han sido algunos de los momentos en los que las películas han tenido el poder de cambiar mi vida, pero han sido muchos más. Cada obra de arte deja algo en nosotros y nos cambia en cierta medida, y en una actualidad en la que con el auge de ciertas políticas se quiere menguar el valor de la cultura, este ejercicio me ha permitido reflexionar (y espero que hacer reflexionar a cualquiera que lo lea) sobre lo poderoso que es el arte, en este caso el cine, y que es imprescindible para nuestro desarrollo como seres humanos empáticos y felices. ¡Viva el cine!
:max_bytes(150000):strip_icc()/la-la-land2-2000-cdc386889c1a42409110b5c45604429d.jpg)


Comentarios
Publicar un comentario